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1 de agosto El Día de la Pachamama: la diosa Madre Tierra y los rituales andinos

“La Pacha” es a la vez divinidad y suelo. Es esa deidad que inviste de un halo sacro la Tierra, lo más cotidiano que pisamos, sus frutos, el humus negro que vemos en nuestras plantas del jardín o balcón los hombres y mujeres de ciudad. Vasta, inteligente, sincrónica y maternal (dadora de vida y múltiples reinos). El termino “pacha mamá” está formado por dos palabras de origen quechua, “pacha” significa Universo, mundo, tiempo, lugar y “mama”, eso mismo. El divino femenino del imperio incaico otorga forma a la Naturaleza, la dibuja como mujer, le agradece. Ella no es virgen, se autofecunda. Lejos de dioses barbudos que habitan cielos inalcanzables, adorarla es honrar la misma sustancia que nos dio a luz como humanidad.

Todos los años, muchos viajan a presenciar la gran fiesta en Amaicha del Valle, la localidad tucumana, para vivir en carne propia la celebración más antigua de los valles calchaquíes. El festival no es solamente celebrado por los pueblos originarios. Un sincretismo plasmó la música folklórica, la gauchesca, los alimentos regionales como locros, empanadas y bebidas fuertes, los asistentes curiosos, en un mismo sitio. La Pacha no pide ostias blancas, pide para su honra: harina, hojas de coca, vasijas de barro, albahaca, cerveza, chicha, alegría, mucha y de la buena. Dentro del hoyo de la tierra se arrojan estos alimentos (la “corpachada”) y se le da “de comer” a la Madre Tierra.

Así lo describe la poeta argentina Paula Jiménez España en Pachamama: “Como la extraña que soy, la deslumbrada, me extasío ante la fiesta de sus ropas, sus plumas, sus coronas. Sigo la ronda de cerveza derramada sobre la Pachamama, la ofrenda de embriaguez con que esta noche todos entramos al mundo del Espíritu”. Esa fiesta, inflamada por ropajes, bombos y cantos, que se celebra en varios puntos del mapa argentino, pero sobre todo en Salta, Tucumán, Catamarca y Jujuy, propone también que la bebida compartida sea caña con ruda, un remedio casero para mejorar la salud, atraer la suerte y alejar los maleficios (sobre todo, los fantasmas de la muerte que vienen de la mano del mes de agosto).

Según la profesora de historia Patricia Lasca: “En el mes de agosto, nuestros pueblos originarios (desde tiempos remotos hasta en la actualidad) le rinden culto a esta deidad femenina. Los rituales, a través de ofrendas simbólicas, tienen la intención de restablecer el vínculo de reciprocidad entre el hombre y la Pachamama. Son ceremonias de gratitud por la generosidad que año a año desparrama infinitas semillas en la tierra e infinitas estrellas en el cielo”.

En el norte y litoral algunas tradiciones de las más antiguas están volviendo a surgir para las nuevas generaciones. En muchas casas, desde las primeras horas de la mañana, se realiza el primero de agosto un sahumado con hierbas purificadoras, por ejemplo, incienso, mirra, copal, lavanda, romero. Se prende un carbón pequeño dentro de una sahumadora -se venden en las santerías- y cuando el mismo deja de sacar chispas se arrojan sobre él las hierbas elegidas. Esto elimina las bajas vibraciones de la casa (se debe ir habitación por habitación de adentro hacia afuera).

Otra invocación “chamánica” realizada por los sacerdotes incas o ancianos es la llamada a los cuatro puntos cardinales o “direcciones” que suelen incluirse: tierra, agua fuego y aire. “Es generosa en todas sus formas. O acaso, ¿hemos visto alguna vez un árbol contar las semillas que arroja a la tierra? ¿Creemos que el cielo guarda estrellas para otros cielos? Pachamama da permanentemente y es abundante por naturaleza. Esta Madre Tierra es nuestro hogar, el único planeta habitable que conocemos. Nuestra gran responsabilidad como especie es protegerla y garantizar a las generaciones venideras la sostenibilidad de esta gran hogar”, comenta.

Fuente: Clarín

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