Trump reconoce a Jerusalén como la capital de Israel y caldea Oriente Próximo

El presidente de Estados Unidos asegura que su decisión no debe interpretarse como una falta de compromiso con el proceso de paz entre israelíes y palestinos

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Donald Trump presume desde este miércoles de haberse atrevido a dar un paso que todos sus antecesores habían reducido al amago. Desmarcarse del establishment, y en especial de Barack Obama, se ha convertido para el presidente outsider en una exhibición con la que disfruta. Y más, si muestra al mundo su afición a ir por libre. Este miércoles, volvió a relamerse cuando compareció para anunciar un histórico giro a la política norteamericana sobre Oriente Próximo. Por primera vez, un presidente de Estados Unidos proclama abiertamente a Jerusalén, la ciudad santa para las tres grandes religiones, como capital de Israel: «Durante dos décadas, otros han renunciado a hacerlo, sin que por ello la paz se haya acercado». Se refería a la ley que el Congreso aprobó en 1995, cuyos efectos habían sido congelados siempre por el inquilino de la Casa Blanca.

Siempre con el fracaso de sus predecesores en el cargo como referencia, Trump también se mostró orgulloso de cumplir con su promesa electoral de trasladar la embajada del país al disputado lugar, piedra angular del eterno conflicto palestino-israelí: «Es hora de reconocer ni más ni menos que la realidad, y de reconocer a Israel el derecho que tiene cualquier nación decidir cuál es su capital», se jactó el ocupante del Despacho Oval.

Aunque esta segunda decisión no se verá formalizada por ahora. Al término de la comparecencia, lo que Trump firmó no fue sino la continuidad de la sede de Tel Aviv como embajada de Estados Unidos en Israel, al igual que habían hecho los demás presidentes. El motivo, que proclamó previamente él mismo, es que Washington se dispone a construir una nueva y flamante sede para su legación diplomática en Jerusalén, cuyos trámites ya ha puesto en marcha el Departamento de Estado. La Casa Blanca calcula que el traslado efectivo de embajada no podrá hacerse efectivo antes de tres o cuatro años.

Flanqueado por el vicepresidente, Mike Pence, con la osadía del jugador que lleva dentro, Trump redobló su apuesta y convirtió en base de esa iniciativa lo que para gran parte de la comunidad internacional constituye el golpe de gracia a los restos del último intento de resolver el conflicto de los conflictos, las conversaciones sepultadas en 2014. Paradójicamente, mientras el líder demócrata, Chuck Schumer, cerraba filas con Trump en Estados Unidos, la comunidad internacional en pleno salía en tromba contra el presidente norteamericano.

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Su homólogo francés, Emmanuel Macron, la voz europea más coincidentemente crítica con las denuncias de los países árabes, tachó el anuncio de «unilateral y desafortunado», además de poner en peligro la «seguridad internacional». También, Londres, Berlín y Roma cuestionaron la decisión de Washington. Todos los países árabes, incluidos los aliados de Estados Unidos, como Arabia Saudí, Egipto y Jordania, criticaron la medida y mostraron su inquietud por el posible aumento de la violencia. Opinión compartida por el primer ministro libanés, Michel Aoun, y por el ministro de Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, para quien el anuncio «contraviene el derecho internacional».

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, además de criticar a Trump de actuar por libre en un asunto tan delicado, afirmó que «pone en peligro la paz». Entre los países de mayoría chií, el régimen de Teherán advirtió que no tolerará la que tachó de «violación» de Jerusalén, mientras que la organización radical Hamás, en su habitual tono apocalíptico, avisó a Trump de que «ha abierto las puertas del infierno».

Su yerno

Consciente de encontrarse ante una declaración «sensible», el presidente estadounidense pronunció un generoso discurso con Israel, al que calificó de «una de las democracias más exitosas del mundo», pero anunció también que había tomado la decisión «en nombre de la paz entre israelíes y palestinos». Y recalcó el mensaje de que «Estados Unidos no toma partido por ninguna de las partes». En el fondo de sus palabras se halla la estrategia impulsada personalmente por su yerno y asesor en la Casa Blanca, Jared Kushner, comisionado por Trump para diseñar un proceso de paz. Un proyecto en el que ha trabajado el último año, y para el cual el vicepresidente, Mike Pence, empezará a allanar el camino en enero, en una visita a los países amigos de la región. Aunque Trump no hizo alusión alguna a los derechos palestinos, se cuidó de mantener la estrategia estadounidense de los «dos estados» y advirtió que «los límites de los territorios deberán ser fruto de una negociación entre las dos partes».

Frente a la opinión mayoritaria en la comunidad internacional del riesgo que supone su decisión, el presidente estadounidense aseguró que su Administración «trabaja con sus aliados en la región para combatir el terrorismo y reforzar la seguridad». Afirmación que pronunció antes de cerrar su discurso repartiendo guiños a todas las partes: «Dios bendiga a los Estados Unidos, a los israelíes y a los palestinos».