Ser periodista en tiempos de pandemia y confusión

Con 65 años en la profesión, la prestigiosa periodista pone la lupa en las noticias falsas que, incluso, llegan a dañar la salud pública. Al mismo tiempo rescata a las grandes plumas con las que tuvo la suerte de compartir redacciones.

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La redacción de un diario, décadas atrás, como las que añora Lafon.

Hace tiempo que reflexiono sobre el estado en que se encuentra la profesión que hace tanto tiempo abracé con la pasión con que he transcurrido mi vida en todos sus aspectos. Y me pregunto con frecuencia: ¿Se le habrá pasado alguna vez por la imaginación a Mariano Moreno cuando decidió fundar ”La Gaceta” que el actual sería el modelo de futuro que pensó para el periodismo? Seguramente no.

Por eso es que pasado ya el 7 de junio (espero que pese a que muchos deshonren la profesión, no podemos entregarles el orgullo de ejercerla y por lo tanto no se hayan privado de brindar por lo que somos y nos merecemos), algunas imágenes me llevan a otro tiempo.

Raúl Scalabrini Ortiz, a quien Nora conoció en la redacción de la revista ¿Qué?.

Raúl Scalabrini Ortiz, a quien Nora conoció en la redacción de la revista ¿Qué?.
Recuerdo la felicidad que fue conocer a Raúl Scalabrini Ortiz en la revista “Qué”, en tiempos de los prolegómenos del acuerdo Peron-Frondizi. Y no logro imaginar cómo ese hombre tan ético -con el que tuve el placer de compartir redacción cuando nos frecuentaba para escribir suplementos sobre los ferrocarriles- se hubiera sentido al enfrentarse con lo que se ha convertido gran parte del periodismo hoy.

¿Qué nos pasó? ¿Cómo llegamos a esta realidad en que hombres y mujeres de prensa que alguna vez respetamos, desde hace por lo menos dos décadas son capaces de trasmitir a sabiendas las peores mentiras, las más atroces acusaciones y hasta inventar enfermedades mentales que padecen líderes populares?

Con la misma pasividad son incapaces de repreguntar cuando tienen delante al político, al legislador o al funcionario del cual ya no quedan duda son cómplices. Y hasta poner en riesgo la salud pública al enjuiciar -sin ningún fundamento- la eficacia de una vacuna.

No es casual que llegáramos a esto. La dictadura cívico-militar-eclesiástica colaboró en gran medida. Muchos de los mejores colegas y hasta dueños de diarios fueron secuestrados, asesinados o tuvieron que exiliarse.

Rodolfo Walsh, referente de varias generaciones.

Rodolfo Walsh, referente de varias generaciones.
Recuerdo que en aquel tiempo pensaba -cuando logré sobrevivir- qué futuro esperaba a la profesión cuando con un cadete se podía tranquilamente publicar lo que decidía la Secretaria de Prensa del trágico gobierno. Me equivoqué. Lo que cosecharon fueron cómplices capaces de ocultar lo que pasaba en realidad, a cambio de excelentes salarios y prebendas.

Con la llegada de la democracia poco se modificó y casi coincidió con que los grandes jefes de redacción, los que sabían todo y de todo, fueron quedando atrás. Lo mismo que los grandes directores de radio. Aquellos que permanentemente escuchaban el aire y, en cuanto algo no correspondía a la línea editorial de la emisora, se acercaban rápidamente al estudio. Ni hablar cómo se visualizaba todo en los canales de televisión donde el director general y el gerente de noticias tenían en sus despachos pantallas propias y de la competencia. No eran tiempos de zócalos con errores de ortografía.

Y llegamos entonces a los fatídicos ’90 donde de a poco se fueron instalando los periodistas estrellas que coproducían sus espacios radiales aportando avisadores. De esa manera comenzaron a tener relación directa con los centros de poder.

Con el tiempo las consecuencias se hicieron más visibles. Pero nunca como con la llegada de Néstor Kirchner al poder. En cuanto comenzó a desarrollar las políticas a las que se había comprometido se destacaron feroces campañas que se acrecentaron con la llegada de Cristina Fernández de Kirchner.

Todo lo que aprendimos sobre lo que debía ser el periodismo quedó sumergido en las bauleras de la memoria, encerrado bajo siete llaves. Nunca más chequear la seriedad de una información antes de publicarla en un diario, pasarla por radio o darla en TV. Nnunca más averiguar si es cierta. Lo imprescindible es difundirla sin siquiera reflexionar sobre el daño que puede causar.

Los poderosos ordenan y hay que cumplir. Asi se encarceló sin causa a muchos funcionarios inocentes, a dueños de empresa que se resistían, porque además los jueces comenzaron a fundamentar las causan en base a notas de ese periodismo.

Este es el horror de hoy. Y más allá de que es vergonzante que una conductora de televisión confunda al primer hombre que recibió la vacuna con William Shakespeare -en una de las ciudades del mundo donde más se representa al genio isabelino- esto revela que detrás hay un productor ignorante. Porque con tal de estar al tanto de la últimas noticias falsas, todos están habilitados para todo.

Antes de cerrar con mi frase predilecta, les comento que Cristina Fernández de Kirchner, que realmente cree en la democracia, durante su mandato revocó -cosa que nadie ni agradece ni recuerda- las leyes por las cuales se podía imputar a periodistas y editores responsables por injurias graves.

Ahora sí. Cuando yo me inicié en 1956 esta profesión era muy prestigiosa. Con los años se fue haciendo muy peligros. Y desde hace tiempo -con las honrosas excepciones de todos mis queridos y respetados amigas y amigos que no hace falta que señale porque es claro a quienes me refiero-, el periodismo me da vergüenza ajena.

Los convoco a trabajar todos juntos para tener un futuro mejor; es una gran tarea pero podemos hacerlo.

Fuente: Télam