RECONOCER LOS ERRORES

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Es responsabilidad del fanatismo político instalado, desde hace mucho tiempo en la República Argentina, que los representantes del pueblo no admitan y recaigan nuevamente en los mismos errores, convencidos que hacen lo correcto. Uno puede observar contradicciones tanto en sus propuestas de campaña como en la concreción de alianzas nunca esperadas. Si bien todo es posible en política, sobre todo si se debe apostar al crecimiento y al futuro, la realidad nacional es el resultado de malos gobiernos.

Si se opina desde lo ideológico, se debe aclarar que los electorados inciden en porcentajes que sientan gobiernos, los partidos políticos son los menos. Decimos esto porque no todo el suelo argentino es peronista o radical, de izquierda o de derecha, socialista o neoliberal. Simplemente, los argentinos suelen castigar a los gobiernos de turnos porque la realidad a la hora de votar es lo verdaderamente influyente.

 ¿Cómo votará un argentino que tiene sus necesidades básicas insatisfechas? Un interrogante que nuestros compatriotas vienen realizándose desde hace varias décadas.

El argentino para cambiar el país debe cambiar a la clase política en su mayoría. No se debe estar necesariamente de acuerdo con todo lo que se dice y se hace, mucho menos en contra. Ningún extremo es aconsejable en términos sociales, utilizando el lenguaje del fútbol podemos decir que debemos dejar de ver un River-Boca en todos los asuntos, porque esto va más allá de cuestiones partidarias o vanidades políticas. De las decisiones políticas dependen ni más ni menos que el “Presente y Futuro” de nuestra Nación. 

La racionalidad debe estar presente en todos los votantes: el ciudadano obrero, un maestro, un emprendedor, un profesional o un padre de familia que exigen que exista un bienestar permanente. Reconocer un error es un síntoma de grandeza y una posibilidad de subsanarlo.

Es por eso que considero que los gobernantes tienen la obligación de hacer las cosas bien y, también, la obligación de reconocer cuando las cosas se hacen mal.

El Observador 

Ventana del Norte