Dos veces por semana, Aleyair Romero hace una fila temprano frente al matadero municipal de San Cristóbal, en los Andes de Venezuela, para llenar un termo con sangre de res, la única proteína entregada gratuitamente.
“Tengo, desde que comenzó la cuarentena, buscando sangre porque estoy parado en el trabajo”, dijo Romero, de 20 años, y que laboró en un taller mecánico hasta el 17 de marzo, cuando empezó el aislamiento nacional implantado por el régimen de Nicolás Maduro para frenar al coronavirus.
Romero dijo que debido a la crisis económica del país y a las demoras en la llegada de cajas o bolsas CLAP, un programa gubernamental que vende comida a precios subsidiados, tiene que ingeniarse para conseguir alimentos.
Aunque la sangre de vaca se usa para hacer una tradicional sopa en los Andes venezolanos y en la vecina Colombia, el matadero dice que más personas la están buscando. Sin embargo, pocos están felices por esa comida en lugar de carne, que cuesta unos cuatro o cinco dólares el kilo en San Cristóbal, aproximadamente dos veces un salario mínimo mensual.
La dependencia de la sangre del ganado es un signo de los problemas para alimentarse en la nación sudamericana, cuya economía está en recesión desde hace seis años y tres en hiperinflación.
Si bien el impacto del coronavirus en sí mismo todavía parece modesto, los venezolanos sufren cada vez más con una economía paralizada.
En Caracas, el 26,5% de las familias recibieron en abril cajas CLAP, en comparación con solo 4% de las familias en áreas como la región de las llanuras como Apure y Guárico, de acuerdo con los datos de Ciudadanía en Acción.
A la gente “no la va a matar el virus, sino el hambre”, dijo Edison Arciniegas, ciudadano venezolano.
TRANSFUSIÓN DE SANGRE
Al recibir un plato de sopa de pollo y un sándwich de jamón y queso, algunas madres retiran parte del jamón y el queso para dárselo a sus hijos en el desayuno al día siguiente, dijeron algunas mamás en Carapita, una barriada en el oeste de Caracas.
Naciones Unidas ha calificado a Venezuela como la cuarta mayor crisis alimentaria del mundo en 2019, con 9,3 millones de venezolanos, con hambre o una ingesta insuficiente de comida. Unos 5 millones de personas han emigrado del país OPEP debido a la crisis.
El gobierno de Maduro atribuye los problemas económicos a las sanciones de Estados Unidos, destinadas presionar su salida del poder, y dice que las agencias de ayuda internacional exageran sobre el volumen de la ola migratoria venezolana. Opositores y economistas dicen que la crisis obedece al modelo estatal de controles.
Las cifras del régimen muestran que Venezuela tiene 440 casos de coronavirus y 10 muertes.
Muchos dicen que las cajas de alimentos estatales tardan en llegar o no tienen suficientes productos.
El programa comenzó entregando 19 productos como arroz, pasta, granos, aceite, leche en polvo, mayonesa y a veces unas latas de atún. Actualmente entrega unos ocho productos o menos, sin proteína, incluso la leche casi desapareció. La caja cuesta 20.000 bolívares (unos 0,11 centavos de dólar), pero en otras zonas del país puede elevarse a unos 50.000 (0,28 centavos de dólar), según testigos Reuters.
Los críticos llaman al sistema de distribución de alimentos un mecanismo de control social que permite al gobierno limitar la disidencia y la protesta.
La sopa de sangre conocida en San Cristóbal como “pichón” generalmente se hace con cebolla y arroz, pero rara vez ha sido un pilar de la dieta en una región tradicionalmente conocida por el consumo de carne.
En el matadero municipal de San Cristóbal, entre 30 y 40 personas llegan todos los días, cada una llevando su propio envase, para solicitar sangre de ganado, según un empleado, quien agregó que en el pasado y sin una crisis, esa sangre se tiraba.
“Estamos pasando hambre”, dijo Baudilio Chacón, de 46 años, un trabajador de la construcción que quedó desempleado por la cuarentena, mientras esperaba para recoger sangre en el matadero. “Somos cuatro hermanos y un niño de 10 años, todos nos estamos alimentado con sangre”.