La educación terapéutica es clave para un buen control de la diabetes

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Existen profundas falencias en la entrega de medicamentos e insumos para la diabetes en el sistema de salud público en general, y con mayor frecuencia en las localidades más alejadas de las grandes ciudades. Sin embargo, las complicaciones en el acceso no son los únicos obstáculos para lograr un buen control, sino también la falta de una estrategia global que incluya la educación en hábitos saludables y diabetológica como herramienta clave para obtener diagnósticos tempranos y mejores tratamientos.

El doctor Juan José Gagliardino, Investigador Superior emérito del Conicet, Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata y Maestro de la Diabetología de la Sociedad Argentina de Diabetes, enfatiza que es vital la educación terapéutica para optimizar el control de la diabetes y el trabajo multisectorial gubernamental para “detener la epidemia” de esta enfermedad.

“Sin acceso a la medicación y a la atención médica, no hay soluciones efectivas. No se soluciona todo dando la medicación, hay que enseñar cómo usarla. Su optimización permite lograr las metas de tratamiento y prevenir el desarrollo y progresión de complicaciones de salud crónicas que disminuyen la cantidad y calidad de vida de las personas que la padecen y aumentan el costo de su atención, afectando tanto a la persona como a la comunidad”.

Considerado como uno de los máximos referentes argentinos en diabetología, el especialista asegura que “el problema más serio” que tiene la diabetes en el país es el mal control de la enfermedad por múltiples factores, pero principalmente por una responsabilidad compartida de la dupla médico- paciente. “Es una combinación negativa de alguien que mal prescribe y otro que mal cumple. La solución efectiva es la educación terapéutica”.

¿Por qué es tan importante la insulina y aprender sobre ella?

Se trata de una hormona que es la llave para que los hidratos de carbono consumidos, convertidos en glucosa a nivel intestinal, ingresen a las células para ser utilizados como combustible (energía). Cuando el páncreas no la produce en cantidad suficiente, es necesario administrar insulina y/o medicamentos específicos, dependiendo de cada caso y del tipo de diabetes, para lograr que la glucosa entre a las células para cumplir su función proveedora de energía.

En este sentido, Gagliardino explica que la diabetes es una enfermedad crónica e incurable hasta el momento, cuya causa es una falla en la producción de insulina para cubrir la demanda de los tejidos del organismo. En algunos casos, las células productoras de insulina son destruidas por el propio sistema inmune (diabetes tipo 1) y en otros es consecuencia de un desgaste: el cuerpo presenta una insulinorresistencia que no logra ser compensada adecuadamente por la producción de insulina (diabetes tipo 2).

En concordancia con la necesidad de la educación diabetológica y no solo de medicación, en 2017 publicó los resultados de un programa que llevó adelante en el partido de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires. El estudio implicó la capacitación de dos equipos de salud para la atención primaria de pacientes con diabetes y su seguimiento durante un año. Un grupo implementó un tratamiento intensificado de control y educación terapéutica; y otro, uno tradicional. Luego de 12 meses, los resultados mostraron mejoras significativas en la glucosa en sangre, presión arterial y perfil lipídico del primer grupo. Así, demostró que, con los mismos insumos, la educación terapéutica optimiza significativamente la efectividad de los tratamientos.

Un problema que crece

La última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR) muestra que la glucemia elevada aumentó de 9,8% a 12,7% respecto de la edición anterior. Gagliardino detalla que entre 2005 y 2019 hubo un aumento del 51% de casos de diabetes y que en el mismo período se registró un incremento del 74% de obesidad. El informe dictamina que “en la obesidad hay un claro gradiente descendente por nivel educativo y socioeconómico, siendo las poblaciones en mayor situación de vulnerabilidad las que tienen más obesidad”.

Con ese mismo sentido, el experto publicó una editorial en la revista de ALAD (Asociación Latinoamericana de Diabetes), en la que asocia la prevalencia de diabetes y obesidad con la pobreza y menor grado de educación, entre otros puntos. “¿No sería razonable que diferentes ministerios desarrollaran un plan consensuado para que la población adquiera desde la escuela primaria, época en la desarrollamos los hábitos que regirán nuestra vida futura, los principios básicos de lo que es un plan de alimentación saludable?”, cuestiona y propone a la vez.

El 26 de noviembre se realizará de manera virtual el Congreso Argentino de Diabetes, con la presencia de representantes del Ministerio de Salud de la Nación y del presidente de la Federación Internacional de Diabetes (IDF). Allí, Gagliardino desarrollará el tema de la multisectorialidad para afrontar la problemática de la diabetes, tema que fue aprobado recientemente como lema de la región South America and Central America (SACA) por la IDF para trabajar en 2021, año en que se conmemora un siglo del descubrimiento de la insulina.

¿De qué se trata esta multisectorialidad?

“La propuesta es incluir la participación de todos los sectores involucrados en el control de la enfermedad: el Ministerio de Educación para que desde la escuela primaria enseñemos y promovamos los hábitos saludables, los ministerios de Economía, Desarrollo Social, Salud, los medios de comunicación para que difundan la información correcta, la industria alimentaria para que promueva la alimentación saludable y facilite su acceso por costo, y las facultades de medicina para que mejoren la capacitación del médico para afrontar las enfermedades prevalentes en el mundo real”.

Existe en el país una legislación modelo en cuanto a esta enfermedad, pero sin su adecuado cumplimiento a nivel federal y un trabajo multisectorial que incluya la educación y prevención en salud como prioridad desde temprana edad, resulta complejo observar buenos frutos. “La educación en Argentina no promueve la práctica de hábitos saludables y eso contribuye a que la epidemia de diabetes siga creciendo”.

“En una orquesta sinfónica, hay cuerdas, maderas, metales, percusión y un coro -ejemplifica-. Si no se armoniza todo eso, no habrá melodía sino un ruido similar al momento de afinar instrumentos”. Y finaliza: “Eso es lo que está pasando con los gobiernos. No hay una acción coordinada sino individual de cada sector respecto a esta problemática, que finalmente resulta ineficiente. Tal como sucede en una orquesta, sin el adecuado ensamble no se logra la eficiencia que necesitamos para tener una comunidad sana y productiva”.

Demoras en el diagnóstico

Gagliardino relata que en la carrera de medicina se dedica muy poco tiempo a las enfermedades prevalentes: “Cuando se contabilizan todas las horas en que se enseñan cuestiones relacionadas a la diabetes, por ejemplo, suman entre 12 y 20 horas en total”. Esta “deficiencia” en la educación “facilita el diagnóstico tardío y un tratamiento inadecuado”.

En diabetes tipo 2, los pacientes no tienen un comienzo abrupto y en general “pasan entre 5 y 10 años” sin saber que sufren esta patología. “El diagnóstico llega cuando ya hay alguna complicación”, puntualiza Gagliardino, quien se desempeñó como Director del Centro de Endocrinología Experimental y Aplicada (UNLP- CONICET- CEAS CICPBA) durante 37 años.

En el caso de la diabetes tipo 1, el debut suele ser más notorio porque sus síntomas son sumamente característicos. Sin embargo, también existen problemas en su diagnóstico. Fabiana Agüero de Chiaro es un claro ejemplo de ello. Su hijo Emanuel tuvo un debut totalmente traumático en su diabetes, que lo puso al borde de la muerte.

El nene tenía 6 años cuando percibieron que estaba adelgazando mucho y que no lograba controlar esfínteres. En 3 semanas y con síntomas muy claros, ningún profesional le sugirió siquiera un análisis de sangre para evaluarlo. “La última pediatra que fui, un 30 de mayo de 2013, me dijo que era un caprichoso, que estaba flaco porque crecía, que se hacía pis para no ir al cole y nos indicó terapia familiar”, recuerda. “Salí del consultorio y a las 3 cuadras se me quedó dormido a upa. Mi marido, al vernos llegar así, me preguntó: ¿y si vamos al hospital?”.

Fueron a una sala de Lomas del Mirador, en la provincia de Buenos Aires, y luego al Hospital Santojanni, donde descubrieron que estaba sufriendo un coma por cetoacidosis diabética, un exceso de ácidos en sangre generada por una elevada glucosa y falta de insulina. “Fue muy triste, él pudo haber muerto porque no identificaban sus síntomas como debut”.

Y prosigue: “En el Hospital Santojanni no hay terapia infantil, pero hicieron todo por él e igual lo metieron en terapia porque no iba a sobrevivir el traslado. La doctora me dijo que no había garantías de que soportara el viaje. Si lográbamos llegar al Hospital Durand, quizás ahí lo podrían salvar. Se subió con nosotros en la ambulancia con mi hijo convulsionando y vomitando verde, pero llegamos. Luego de unos días abrió los ojos, estaba ciego y precisaba silla de ruedas para movilizarse. Al mes caminó y recuperó completamente la visión”.

Cuando Emanuel entró en coma, no tenía obra social. “El Programa de Prevención, Diagnóstico y Tratamiento del Paciente Diabético de la Provincia de Buenos Aires me negó inscribirlo para insumos porque yo tenía monotributo y podía anotarlo en una obra social. Pero no me ofrecieron nada para salir adelante”.

Estos trámites le llevaron alrededor de 3 meses y, en ese interín, no le daban los medicamentos que su hijo necesitaba para sobrevivir. Sus vecinos se enteraron de la situación mediante una cadena de oración y, gracias a su generosidad, no le faltó nada: “incluso usó insulina de la tía de una seño, que falleció en ese momento por diabetes y en medio de ese dolor familiar nos trajeron todo lo que usaba a casa”.

Luego de 7 años del debut de su hijo, la situación es más feliz: su obra social le cubre todo lo que necesita y su hijo tiene un muy buen control de la enfermedad. “Ema hoy tiene 14 años, ama hablar en inglés, le gusta correr, es mi Forrest Ema. Algún día, sabrá qué camino recorrió para llegar al metro ochenta a los 14 años, saludable y feliz”. Y finaliza: “Esa noche del 30 de mayo de 2013, cuando ya no había nada para hacer, levanté sus zapatillas del cole al cielo y le grité a Dios con todas mis fuerzas: ¡dejame que se las vuelva a poner! Y ahí están, para recordarme que hasta Dios va a tener que bancar mis gritos”.

Fuente Clarín