Conociendo Rusia: el ascenso del rock nacional en el siglo XXI

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“Estamos viviendo una especie de momento histórico acá, no sé si se va a volver a repetir esto”, dice Mateo Sujatovich mirando a cámara, en medio del silencio gélido de un estudio de grabación. Es un domingo de junio de cuarentena obligatoria y en el estudio El Santito una versión reducida de Conociendo Rusia pone a prueba en tiempo real lo que hasta ahora significa el único formato posible de música en vivo en medio de la pandemia. “Me hablan de una nueva normalidad”, sigue Mateo con una mueca de desconcierto, conectado vía Internet a toda Sudamérica. “¿Ustedes están bien?”

La fecha final del E-World Tour 2020 de Conociendo Rusia, la primera gira virtual de un artista argentino en tiempos de Covid-19, tuvo que adelantarse algunos días debido a la retracción del protocolo aprobado a principios de junio por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que habilitaba salas de ensayo, estudios de grabación y locales para shows vía streaming. La medida, que buscaba empezar a paliar la crisis del sector, que tiene sin actividad desde hace meses a miles de trabajadores, quedará sin efecto a partir de mañana y hasta nuevo aviso, ante el avance cada vez más acelerado del virus en nuestro país. “No sabemos qué va a pasar, pero estamos contentos de poder tocar”, dice ahora Mateo a una audiencia muda de 3.000 abonados, imprimiendo ese sentimiento universal de desconcierto en cada una de sus sílabas. “Hacerlo de este modo fue lo mejor que encontramos”.

Dentro de su infinito catálogo de estragos causados alrededor del globo, la pandemia le puso un freno a lo que parecía ser el año perfecto para Mateo Sujatovich. Propulsado por el efecto de Cabildo y Juramento, su segundo disco editado en octubre del año pasado (que estuvo nominado a los Premios Gardel en ternas como Álbum del año, Canción del año por “Quiero que me llames” y Grabación del año y, al cierre de esta edición, consiguió tres nominaciones a los Grammy Latinos), Conociendo Rusia tenía por delante una larga temporada de shows en el país y el exterior, entre los que se encontraba su esperado debut en el Gran Rex programado para mayo pasado.

“Todos tenemos duelos que atravesar con todo esto, por lo que teníamos, por nuestro trabajo, nuestros planes y proyectos”, dice Mateo, semanas después de ese concierto virtual, en su casa de Saavedra. “Sentí que el show fue un poco como sacar un poquito una sonrisa en un momento de mierda. Pero me fue difícil, es todo muy distinto”.

Mateo parece un cachorro enjaulado, un adolescente con su viaje a Bariloche en suspenso. Desde que empezó la cuarentena, se armó su home studio y fue matizando el encierro y la ansiedad entre la composición doméstica, la cocina, el cine y los videojuegos.

“Igual de a poco estoy más acostumbrado a este nuevo momento de la vida, pasándola lo mejor posible”, dice con su habitual entusiasmo. “No tengo ni idea de qué va a pasar ni en veinte días… Imagino que va a tardar bastante en que las cosas vuelvan a ser de algún modo parecido a como eran antes. Pero ¿las cosas van a volver a ser como antes?”

Mateo en el Festival Buena Vibra, en febrero pasado. Por la pandemia, Conociendo Rusia tuvo que reconfigurar su agenda con shows virtuales
Mateo en el Festival Buena Vibra, en febrero pasado. Por la pandemia, Conociendo Rusia tuvo que reconfigurar su agenda con shows virtuales Fuente: RollingStone – Crédito: Segismundo Trivero

La salida de Cabildo y Juramento, en octubre de 2019, puso en relieve lo que Mateo Sujatovich viene elaborando con paciencia y confianza desde hace años: el perfil de un guitarrista, cantante e intérprete de rock argentino que sigue un linaje que parecía estar diluyéndose sin retorno en una época seducida por el efecto pregnante del trap y la música urbana. En pleno siglo XXI, con la guitarra como baluarte en retirada y figuras como Fito Páez (con el que lanzó un tema esta semana), Charly García y Luis Alberto Spinetta como emblemas de otra época, Conociendo Rusia se convirtió en muy poco tiempo en una marca capaz de revivir ese legado y traerlo a competir en la escena nacional actual, a fuerza de buenas canciones de perfil ATP, refinadas pero simples, populares y emotivas. Fue capaz de hacer sonar el rock argentino vivo y en sintonía con la época. En un momento en el que se discute de manera constante la vigencia y el poder del género, eso no es poca cosa.

“Ese es el lugar más genuino para mí, es donde yo vibro todos los días. Yo sigo escuchando a Fito Páez, Intoxicados… Y por más que salgan grandes discos de Tame Impala o de Kendrick Lamar, a mí me gusta escuchar Charly García, Spinetta. Me sigue pasando”, dice Mateo. “Entonces no me la tengo que inventar a la del rock nacional. Me es natural y cuando eso es natural tiene un plus. Yo creo que es un lugar que me sienta bien para seguir investigando qué hay adentro mío a la hora de componer”.

Producido junto a Nico Cotton -una firma de época, presente en varios de los hits del momento, de Wos a Dakillah y de Juan Ingaramo a Zoe Gotusso, y nominado a un Gardel por este mismo trabajo-, Cabildo y Juramento fue creciendo con la fuerza de los discos clásicos, esos que tienen la intención de imponer una mirada estética capaz de dialogar con el pasado y el presente, pero sin encorsetarse en dirección al futuro.

“Me siento más cerca de un tanguero que de un trapero, porque es eso, apostar a un género que no es la tendencia significa un riesgo”, decía Mateo en su primera nota para Rolling Stone, una tarde de julio de 2019 en la sala de estar del Club Atlético Sujatovich, el estudio que montó hace casi tres décadas su padre, Leo Sujatovich, el histórico tecladista de Spinetta Jade y de PorSuiGieco, Nito Mestre y el grupo Tantor. Por aquel entonces, Cabildo y Juramento estaba llegando a su etapa final, y el desafío de superar el sólido resultado de su disco debut era una nube permanente sobrevolando el subconsciente de Mateo. “Este disco me costó bastante, más desde un lugar mental que desde uno artístico. Porque en el momento en que decidí que lo iba a hacer, las canciones empezaron a aparecer solas”, decía. “Pero me costó de la cabeza, son esos miedos de si volverá a gustar o no. Con el primer disco, en ningún momento me interesé en que gustara y gustó, así que tuve que volver a eso para poder trabajar tranquilo. Por un rato olvidarme de que el disco guste y me guste a mí”.

El clima en sepia de la canción “Cabildo y Juramento”, la aguafuerte porteña y casi arrabalera que abre el disco, de clima nostálgico entre una armónica flotante y los ribetes de una guitarra con wah-wah, resultaba una fotografía prístina de su ADN, una forma de traslucir su identidad desde el minuto cero. “Yo soy belgranero, nací en Belgrano”, apunta Mateo con orgullo. “Entonces Cabildo y Juramento es esa esquina por la que siempre tenía que pasar. O me bajaba del colectivo, me encontraba con alguien… Donde te ibas a comprar los discos. La Galería Recamier donde me hice mi primer tatuaje, mi primer piercing, donde me compré mi mochila de Attaque 77 cuando estaba en sexto grado, o donde me encontré con una chica que me gustaba. Es un poco la esquina sobre la que siempre pensé que tenía que hacer un tema, así que fue sin querer queriendo. Un día estaba componiendo y ¡pum! Soy yo. Mis huellas digitales están ahí, seguro”.

“El desafío era traer de vuelta el rock nacional, traerlo de vuelta en una versión 2020, sin perder lo clásico pero que sea moderno”, dice Nico Cotton. “Y Mateo siempre me sorprende con canciones. Me manda temas que son de puta madre: te pone en un lugar como diciendo ‘bueno, voy a tener que producir a la altura de esta canción'”.

Si el disco debut, Conociendo Rusia, editado en abril de 2018, ya marcaba su potencial hitero a través de canciones como “Loco en el desierto”, “Bruja de Barracas” o “Juro”, ahora Mateo lograba redoblar la apuesta, alcanzando un promedio superior. Cada una de las nueve canciones de Cabildo y Juramento son microuniversos de una sensibilidad compradora, potenciales hits divididos entre historias de amor y existencialismo joven. Desde la entradora “Quiero que me llames” hasta la potencia emotiva de “Cosas para decirte” (mezclada por Michael Brauer, una leyenda del audio que trabajó con artistas como Paul McCartney, Rolling Stones y Bob Dylan), Conociendo Rusia subió la vara del audio y la música en vivo, conformado por un dream team de músicos de la escena joven argentina, como Guille Salort (en batería), Feli Colina (coros), Nico Btesh (productor de su disco debut, en guitarra), Juan Giménez Kuj (bajo) y Fran Azorai (teclados).

“Mateo es un músico con todas las letras. Musical en todo, gran cantante, gran violero, serio, apasionado, capaz”, enumera Feli Colina, parte de Conociendo Rusia desde sus comienzos. “Las canciones de Mateo son bellas, de su corazón a los nuestros. Y esto recién empieza.”

“Siento que Mateo es el músico de la nueva generación que tiene ese linaje anclado en el rock argentino tal vez más clásico y que está buenísimo”, agrega Emma Horvilleur, que comparte músicos con Conociendo Rusia y con el que el año pasado realizaron una gira por México en una especie de Emma + Conociendo Rusia, donde Mateo tocaba la guitarra durante su set y hasta se encargaba de la voz de Gustavo Cerati en el hit “19”. “La pasamos muy bien y congeniamos mucho”, completa el IKV.

“Mateo, un pibe porteño de alma, siempre fue muy decidido a lo que quiso. Aun dándose porrazos, va para adelante”, dice con orgullo su padre, Leo Sujatovich. “Él necesita ir y venir, corroborar por sí mismo lo que le gusta, lo que cree correcto; siempre confió en el otro, pero necesitó hacer su camino. Ahora, lo encontró y está comenzando a nadar con brazada más ancha, porque entendió su propio lenguaje”.

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En la grabación de Cabildo y Juramento con su padre, Leo Sujatovich, histórico tecladista de Spinetta Jade, PorSuiGieco, Nito Mestre y el grupo Tantor
En la grabación de Cabildo y Juramento con su padre, Leo Sujatovich, histórico tecladista de Spinetta Jade, PorSuiGieco, Nito Mestre y el grupo Tantor

Aunque en la casa de los Sujatovich la música era un elemento constante, Mateo de chico quería ser jugador de fútbol. De hecho, cuando a sus doce años la familia (integrada por papá Leo, su mamá María Alejandra, psicoanalista, y su hermana Luna, un año mayor que él) emigró a España en 2003 para instalarse un tiempo en Madrid, el anzuelo de su padre para convencerlo del desarraigo había sido una prueba en Real Madrid. Mateo a esa edad era un enganche zurdo con habilidad, hincha de Boca (aunque, aclara, su álter ego artístico, el Ruso, sea de Atlanta), que manejaba la fantasía de una carrera profesional. Leo cumplió su promesa y lo llevó a entrenar al equipo merengue, pero Mateo no llegó a adaptarse y rápidamente perdió el entusiasmo. “Yo jugaba al fútbol un montón, me encantaban los deportes”, dice ahora. “Pero de a poco empezó a ganar terreno la música”.

Durante su infancia en Belgrano, los hermanos Sujatovich, como todos los primos de la familia, tomaban clases de piano con la abuela Pichona, la mamá de Leo, una docente de música que había tenido entre su alumnado a cientos de músicos porteños, entre ellos a un joven Charly García. Mientras su hermana Luna se enfocó con disciplina en el estudio del instrumento, Mateo abandonó la práctica musical hasta que la familia se instaló en Madrid. “Ahí ya me había empezado a picar algo”, dice Mateo. “Quería empezar a tocar algún instrumento nuevo y había un par de guitarras en casa, así que me buscaron un profesor”.

El elegido resultó ser nada más y nada menos que Claudio Gabis, el mítico guitarrista de Manal, que vivía en Madrid desde 1989 y había sido profesor de Leo Sujatovich cuando estaba arrancando con la música. “Me entusiasmó la idea, pero también me asustó un poco la responsabilidad que implicaba que un gran músico y amigo confiara en mí para enseñar, o quizás más bien encaminar el destino musical de su hijo. O sea, para que me entiendan bien: que le ayudara a decidir su vocación”, grafica Claudio Gabis, desde España.

“La primera bala que tiró, me la pegó”, dice Mateo agarrándose la cabeza. “Me puso a Jimi Hendrix tocando ‘Hey Joe'”.

“En la primera clase le hice ver un video y le expliqué cómo ese genio, con su incunable manera de tocar la guitarra, había cambiado la música popular del siglo XX llevándola a la cuarta dimensión”, sigue Gabis. “Mateo me entendió, adoptó la guitarra como su instrumento y, a velocidad luz, aprendió los secretos básicos de las seis cuerdas, además de los fundamentos de la armonía funcional y muchas cosas más”.

Al mismo tiempo que estudiaba su nuevo instrumento, Mateo fue alimentando su background musical. Entre Beatles y Hendrix, sumó a Spinetta, Charly y Fito, conectando con la identidad de su país a 12.000 kilómetros de distancia. Ese proceso formativo se dio en simultáneo con Luna, que tenía su cuarto pegado al de Mateo y siempre se robaban los discos o estaban viendo qué escuchaba el otro. “Un día me doy cuenta de que estaba tocando ‘Bajo Belgrano’ y dije: ‘¡Qué bueno que está!’, y ahí lo empecé a escuchar yo”, recuerda Luna, que hoy es corista de Coti y está a punto de sacar su primer disco solista producido por Nico Btesh. “Después mi viejo nos regaló Durazno sangrando y el segundo disco de La Máquina de Hacer Pájaros, esos que venían como falsos vinilos, chiquititos, y mi hermano y yo nos devoramos esos discos. Ahí él ya tenía esa búsqueda por el rock nacional”.

El clic definitivo con la música la tuvo una vez que la familia volvió a instalarse en Buenos Aires. Mientras terminaba el secundario en el Colegio de la Ciudad, Mateo conoció a Joaquín Carámbula (hijo del actor y humorista Berugo Carámbula y hermano de Gabriel, el codiciado guitarrista de rock y blues) y hubo un matcheo instantáneo. “Joaco me invitó a entrar en Detonantes, un desprendimiento de otro grupo que él tenía. Todo estaba por nacer”, dice Mateo. “Yo era re vintage en ese momento, y Joaco me acercó a un lado más Pappo, AC/DC, y al costado un poco más rolinga. Los años en los que yo había estado viviendo afuera había sido la etapa para ser rolinga. Yo no escuchaba ni Intoxicados ni La 25, no tuve ese momento. Así que cuando volví eso lo agarré más terminando”.

Con Detonantes, Mateo grabó dos discos y se curtió en la dinámica de una banda. “Fue una escuela de rock para mí. Recorrí todas las salas de ensayo habidas y por haber de la ciudad. Pero sobre todo fue aprender a ensamblar un grupo, tener cuatro personas en un lugar y entender cuál es la virtud de cada uno y empezar a producir la banda en un ensayo. Y a tocar la guitarra aprendí mucho, porque estudiando podés aprender un montón, pero se aprende tocando con los demás, tocando en vivo”.

Entre los shows con Detonantes, Mateo se ganaba unos pesos dando clases de guitarra y tocando en bandas de casamientos, bar mitzvah y cumpleaños. Consolidado cada vez más como un guitarrista hábil y dócil, también empezó a conseguir sus primeros trabajos como sesionista, como parte de la banda de Disney Peter Punk, Lito Vitale, Juanse y hasta Marcela Morello. “Lo de Marcela fue mortal, porque me llamaron medio de la nada y había que ir a hacer un show al sur y hacía un frío de locos y por alguna razón no había ensayo previo”, dice Mateo divertido, remontándose a sus 19 años. “Solamente tuve un encuentro con el marido de ella, que es su productor, y me dijo ‘caete con todo sabido’. Llegué y en la prueba de sonido hice agua por todos lados. Empezaba un tema y como no me sabía los títulos yo empezaba con el riff de otro. Marcela me miraba como diciendo ‘¿quién te trajo?’. Lo miraba al marido en plan ‘a quién me mandaste’. Fue tremendo. Y ella fue muy divina, porque cuando terminó la prueba y nos subimos a la combi para volver al hotel me dijo: ‘tranqui, está todo bien, te va a salir bien, cualquier cosa decime’, medio maternal. Yo estaba asustadísimo y le dije ‘sí, sí, va a estar todo bien, quedate tranqui’. Por razones de la vida, en el show toqué todo perfecto, me salió todo bien y en el segundo tema me presentó a mí solo. Fueron solamente dos shows, pero en ese show ella me mostró un montón de grandeza”.

"Conociendo Rusia tiene algo que a mí me gusta, que es convocar", dice el músico
“Conociendo Rusia tiene algo que a mí me gusta, que es convocar”, dice el músico Fuente: RollingStone – Crédito: Ignacio Arnedo

En paralelo, mientras Mateo seguía con Detonantes, sus trabajos como guitarrista de sesión y su ingreso a la Escuela de Música Contemporánea, se fue involucrando cada vez más en el estudio de su padre, una usina creativa de donde salían discos y canciones para cine y TV. Además de su padre, ahí trabajaba su primo Ezequiel Silberstein, hoy director de la filarmónica de Buenos Aires. Hacían jingles y música para programas de TV, como Zamba, de Paka Paka. “Esa fue una escuela de hacer canciones, porque Zamba tenía dos o tres temas por capítulo. Encima, eran canciones que por lo general la venían a cantar personas conocidas, como Hilda Lizarazu, Kevin Johansen, Fito”, recuerda Mateo. “Mi viejo levantaba el teléfono y le decían ‘dale Leo, vamos’. Y yo componía y él venía y corregía. Había siempre un proceso de corrección, lo cual no era tan fácil. Por suerte con mi viejo empezamos a laburar juntos cuando yo me fui a vivir solo, a los 21. Eso estaba bueno. Un día mi primo se fue, quedamos laburando solos, así que bueno, hasta hoy estamos laburando los dos. Ahora con Conociendo Rusia en marcha es distinto, porque tengo el tiempo más ocupado, pero igual sigo participando un montón”.

“Siempre tuve la virtud de tener el padre que tengo, tener todo un mundo muy digerido al lado y la posibilidad de participar con mucha facilidad. Yo iba a la Escuela de Música Contemporánea y había pibes que no tenían ni idea de lo que era un estudio de grabación, ni qué era grabar, estar frente a un micrófono, enchufar una guitarra; cuáles eran los procesos, los momentos, las calmas de un estudio, los nervios. Y eso era algo que para mí ya estaba, yo ya lo sabía”, sigue. “Siempre pensaba ‘¿esto será bueno para mí, o no? Tener todo tan digerido…'”

Dentro de su carrera como sesionista, el highlight de Mateo fue cuando formó parte de la banda de Juanse, primero como guitarrista y luego como bajista, en medio del hiato en la carrera de los Ratones Paranoicos. “Cuando tenía que grabar o ensayar con él, yo ya estaba disfrutando de lo que me iba a hacer reír o las anécdotas que después yo iba a poder contar. Ese muchacho es muy particular, lo quiero un montón”, dice Mateo. “La primera vez que entré fue para hacer un Vorterix, con Gabi Pérez en batería, Joaco Carámbula en bajo y yo en guitarra. Fueron diez, doce ensayos, y la banda te mataba. Estaba buenísima. Juanse es un tipo que te enseña a ensayar, que sabe pedir lo que quiere y cómo transmitir la energía de la música”.

“Yo creo que Mateo tiene una capacidad excepcional. Es un músico de una gran calidad. Nos unió el gusto en común por lo bueno”, dice Juanse. “Yo pude aportarle a él esa especie de lógica de simplicidad dirigida hacia la emoción y yo aprendí mucho de él desde el punto de vista de poder tener la solidez que hay que tener para interpretar lo que quiere la persona que te lo está pidiendo”.

Pero mientras la carrera de Mateo Sujatovich como guitarrista crecía y la de Detonantes parecía empastarse, dentro de él algo de ese camino le resultaba insuficiente. “Yo quería componer, pero hasta ese momento el compositor no existía. No me salía mandarme”, dice Mateo. “Escribir canciones es muy lindo y también es un espejo, y es difícil a veces mirarse al espejo con sinceridad, aceptar quién sos”.

Una vez que Detonantes se separó en 2016 y él sufrió una crisis emocional por el fin de un largo noviazgo, algo se destapó dentro de Mateo con una urgencia catártica. “Creo que estaba ya cansado de contener sentimiento. Así que decidí que iba a hacer canciones e iba a hacer un disco”, dice Mateo. Con la necesidad de concentrarse en sus propios impulsos, mantuvo lejos del proceso a su padre, que recién escuchó el disco cuando estaba mezclado. “Me senté con mi papá y mi mamá, les mostré lo que su hijo iba a sacar y les re gustó. Después me mandaban mensajes: ‘Esto es muy pegadizo, ¡no podemos parar de cantar los temas!'”, recuerda Mateo riéndose. “Realmente todo eso era una cuota pendiente para mí. Es un momento de mi vida que recuerdo con mucha felicidad, me sentía re valiente de haber podido llegar a esa instancia. Y creo que todo ese fuego y esa confianza fueron los que también le dieron poder al proyecto. Porque salió con mucho humo, cargado de un montón de cosas. Se me hizo evidente que era algo que no tenía retorno, que de ahí en adelante quería que mi vida estuviera trazada por mi proyecto musical”.

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Unas semanas antes de nuestra última entrevista, Mateo lanzó la canción “No se borra” en homenaje a las víctimas del atentado a la AMIA, compuesta por él y con las voces invitadas de Zoe Gotusso y León Gieco. Fue un trabajo sensible, que lo conectó directamente con su sangre paterna.

“Me flasheó mucho que una entidad tan importante me haya pedido este nivel de participación”, dice ahora. “Yo no profeso ninguna religión, tengo una buena parte de mi historia judaica que quiero mucho y la llevo conmigo a full, pero nunca fui a un club judío, no voy al templo. Pero bueno, también hay algo del judaísmo que es muy familiero, y yo pienso mucho en mi abuela. La historia del judaísmo tiene que ver conmigo porque es parte de mi sangre”.

Como canta en su último disco, Mateo Sujatovich ya tiene casi 30 años (los cumple el próximo 18 de enero) y una carrera abultada para la media de su edad, cargada de matices y cruces musicales prematuros y a veces inesperados, ayudados por el peso simbólico de su apellido, pero ganados finalmente por mérito propio. “Los Sujatovich son una gran familia de la música, un gran ejemplo de familia sin estereotipos, sin ningún tipo de ambiciones de estas que se suelen manifestar en la industria de la música”, dice Juanse. “Con el tiempo Mateo fue logrando una de las cosas más difíciles que hay en este medio, que es despegarte de ser el hijo ‘de’, porque él es Mateo Sujatovich. Tiene una enorme personalidad y un enorme talento, pero sin dudas su condición humana fue lo que nos hizo tocar tanto tiempo juntos. Un tipo siempre de buen humor, siempre dispuesto. En cada banda habría que tener 3 o 4 Mateos”.

¿Cuál creés que sea el desafío de hacer rock nacional hoy?

Creo que en un punto el desafío está en eso que uno puede decir, porque en eso me parece que siempre se actualiza la música. Si yo me pongo a cantar sobre las Malvinas me van a decir ‘che, Mateo…’. Yo no es que no pueda hacer una canción sobre las Malvinas, pero bueno, yo en general canto con cosas que tienen que ver con un lenguaje y con un modo de hablar que son de alguien que tiene prácticamente 30 años en 2020. Es lindo el desafío de poder mezclar lo actual con un género que no está naciendo ahora. Es un género tradicional y a mí eso es lo que más me gusta: la mezcla de las tradiciones con lo moderno, eso es muy lindo.

Artistas de tu generación como Juan Ingaramo, que empezaron tocando pop-rock como vos, hoy se están volcando a la música urbana. ¿Te interesa ese género como posibilidad de búsqueda?

Sí, me interesa toda la música. Pero hoy me siento lejos de eso. Me siento cerca cuando estoy borracho y es de noche y estoy en un bar con mis amigos, pero yo me sigo emocionando con cantantes. La música también es diversión, pero a mí me gusta que una letra me detenga el tiempo. Creo que hay algo de la música que está hoy en tendencia que está hecha desde otro lado, que me parece maravilloso, pero no es a donde voy yo.

¿Te ponés a pensar por qué creció tanto Conociendo Rusia en tan poco tiempo?

Conociendo Rusia tiene algo que a mí me gusta que es convocar. No tengo ni idea de por qué sucede eso ni si seguirá sucediendo. Yo apuesto a que sí. Para eso también en algún momento hay que no pensar y terminar las canciones que estás haciendo. Grabarlas con toda la gracia y la diversión y después ya está, está en manos de los demás, si les gusta, les gusta.

¿Cuando mirás para atrás qué ves?

Miro para atrás y veo en estos últimos dos años una vida que no me la esperaba y que me gusta mucho. Todo lo que me empezó a pasar con Conociendo Rusia es una bendición para mí y un sueño, y, más para atrás todavía, una vida que me formó mucho como músico y como persona, que me trajo a un lugar hermoso, con gente que quiero mucho, con una familia hermosa, con grandes amigos. La verdad es que soy un tipo muy afortunado.

Por: Juan Barberis

Fuente: The Rolling Stone / La Nación