Sin ellos, nada hubiese sido posible. Ni el misterio, ni el horror, ni la inquietud, ni el enigma que siembran siempre los demonios sueltos, los espíritus fastidiosos, los fantasmas impertinentes. Sólo la pareja de Ed y Lorraine Warren se llevan los dudosos laureles de esta historia de espanto, y de otras muchas, a las que fueron siempre muy afines y de las que hicieron un negocio extraordinario que los convirtió en millonarios.
En el centro de la historia hay una casa poseída por los espíritus, que fue escenario de un crimen espantoso y que, años después, aterrorizó a quienes la compraron con la idea de vivir en ella años felices y de la que huyeron despavoridos y amedrentados por un diluvio de mensajes de ultratumba, de apariciones fantasmales, de olores fétidos y de manifestaciones físicas de un mundo extraño y desconocido.
También está la idea, nunca desechada, que sugiere que todo ha sido un gran fraude, que Ed y Lorraine Warren hayan sido dos pícaros expertos en supercherías, artificios y engañifas, dos vivillos que apostaron fuerte, y ganaron, a la inocencia, la credulidad y la candidez de mucha gente, que siempre hay.
Por orden de aparición, primero, los demonólogos, que así se hizo llamar la pareja. Y después la historia de terror. Ed Warren Miney nació en 1926 en Bridgeport, Connecticut, un lugar de ensueño no demasiado lejos de Manhattan ni de Boston. Eso es cierto y seguro, que Ed nació. Lo demás es fruto de su propia palabra. Dijo que empezó a vivir experiencias paranormales entre los cinco y los doce años, con puertas de placares que se abrían por misterio en su cuarto de chico inquieto, siempre entre las dos y las tres de la mañana, según relató en su momento a Secrets of the Supernatural. Dijo también que de esas puertas abiertas surgían luces flotantes, luces que tenían rostro y que lo miraban con fijeza. Hasta ahí, todo normal. Entre los cinco y los doce años se viven esas cosas y otras muchas, si no, para qué se tienen cinco años. “El rostro que veía más a menudo era el de una anciana enojada -dijo Ed a sus boquiabiertos entrevistadores-. De pronto, la habitación se enfriaba y yo me congelaba, oía pisadas y susurros y huía a dormir a la cama de mis padres. Crecí sin saber qué era aquello. Pero decidí dedicar mi vida a investigar esos fenómenos”.
La pareja estaba convencida de que existían “casas encantadas”. Él empezó a pintar al óleo aquellas viviendas y los dueños, atraídos por el arte, le compraban el lienzo
Lorraine Rita Moran también nació, y también en Bridgeport, Connecticut, en enero de 1927. Se educó en un colegio católico en el que, según reveló en 2013 y ya en el ocaso de su vida, tuvo su primera experiencia cercana a lo paranormal cuando tenía siete años: veía una luz alrededor de las personas. Durante esa entrevista contó una historia muy simpática: un día le dijo a una de las monjas de su colegio que su luz era más brillante que la de la madre superiora. “¿Cuáles luces?”, dijo Lorraine que le dijo la desconcertada religiosa, que la mandó castigada a rezar, y lo bien que hizo, porque pensó que mentía. La niña, en cambio, supo que tenía el don, o dijo años después que había sabido que tenía el don, de ver el aura de las personas
Ed y Lorraine se conocieron, dos almas gemelas, a los dieciséis años y en el teatro colonial de Bridgeport porque el chico trabajaba allí y ella iba al teatro junto a su madre. Se hicieron amigos, él partió a la guerra muy joven, ya sobre el final del conflicto en el Pacífico, sobrevivió al hundimiento de su barco y regresó a Estados Unidos con licencia por treinta días. La pareja aprovechó para casarse antes de que Ed regresara al frente. Cuando volvió, después de agosto de 1945, Lorraine amamantaba a Judy, la única hija del matrimonio. Esta es también la historia oficial despachada por los Warren.
La pareja estaba convencida de que existían “casas encantadas”, habitadas por espíritus, fantasmas o como se llame esa entidad misteriosa que se manifiesta también de diversas formas y que no siempre, dicen los expertos, representan lo mismo. Como en la vida física, las apariciones también tienen su bien y su mal, conceptos filosóficos aparte. Y así como hay fantasmas, o espíritus, o entes bondadosos y amables, los hay con una mala uva que te la debo. Unos y otros pueden ser un incordio para cualquiera, eso también hay que decirlo.
De manera que Ed Warren decidió, como demonólogo autoproclamado, usar sus habilidades en el estudio de los fenómenos paranormales: era, a su modo, un artista plástico y se dedicaba a pintar al óleo aquellas casas que, le decían, estaban encantadas. La pareja también hacía un trabajo de campo: iban ambos hasta el frente de las casas, se sentaban en el cordón de la vereda, cosa de tener una visión panorámica, y se empeñaban, él a transmitirle a la tela los arrebatos de la demonología, y ella a mirar la luz; el resultado eran cuadros inquietantes de casas rodeadas, o pobladas, o invadidas por los espíritus.
Fue en esos escenarios donde Lorraine desarrolló aún más, o dijo años después haber desarrollado aún más, su don de ver el aura de las cosas y, lo más importante, distinguir si la presencia en cuestión era un fantasma amable o un ente demoníaco.
“Nadie puede engañarnos diciéndonos que una casa está encantada y salirse con la suya porque yo soy el mayor escéptico. Tengo que verlo, tengo que escucharlo y tengo que sentirlo con mis sentidos físicos”, decía Ed
Aunque parezca mentira, los dueños de las casas encantadas compraban los cuadros de Ed con la condición de que la pareja investigara los hechos extraños, los ruidos misteriosos, los inexplicables ramalazos de luz que atormentaban sus vidas. Esa era la fuente de ingresos de la pareja. O Warren pintaba mucho y vendía mucho también, o sus cuadros eran muy caros, o había otra fuente de ingresos en aquel matrimonio emperrado en sacudirle la modorra a los fantasmas y demonios.
En 1952 fundaron la New England Society for Psychic Research (NESPR: Sociedad para la Investigación Psíquica de Nueva Inglaterra), dedicada, decían sus postulados, a investigar sucesos paranormales. Poco tiempo después, Lorraine Warren fue considerada, o proclamada, o anunciada como clarividente y médium. Los archivos, hoy la única fuente documental, dicen sin documentos que lo certifiquen, que Ed Warren fue en su momento reconocido como demonólogo por la Iglesia Católica, porque trabajó junto a otros sietes demonólogos, todos sacerdotes excepto él. De todos modos, bueno es aclarar que una cosa son los Warren, sus predecesores y seguidores, y otra muy diferente la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.
Tampoco es que a los Warren se les hiciera el campo orégano. Siempre estuvieron vistos como farsantes por parte de la sociedad a la que decían servir, tal vez se trataba de gentes de poca fe. Porque el matrimonio amplió su campo de acción, ya no estudiaban las casas, sino que decidieron ayudar a las personas; querían hacer algo más, o decían que querían hacer algo más que explicar qué sucedía. “Nadie puede engañarnos diciéndonos que una casa está encantada y salirse con la suya -decía Ed- porque yo soy el mayor escéptico. Tengo que verlo, tengo que escucharlo y tengo que sentirlo con mis sentidos físicos”.
La pareja se hizo cargo de muchos casos de apariciones, demonios y fantasmas sobre los que escribieron libros que se vendieron mucho y bien, tal vez más que los cuadros de Ed. Por ejemplo: Deliver Us From Evil (Líbranos del mal), The Demonologist (El Demonólogo), The Devil in Connecticut (El demonio en Connecticut), In A Dark Place (En un sitio oscuro), Ghost Hunters (Cazadores de fantasmas) y True Haunting of Borley Rectory (La verdadera maldición de la Rectoría de Borley). Este último título refiere a una visita de la pareja a la llamada “Rectoría de Borley”, en Essex, Inglaterra, que tiene la fama, dudosa pero fama al fin, de ser “la casa más endemoniada de Inglaterra”. Los detractores de los Warren sostuvieron siempre que la pareja fue a Inglaterra sin que los llamaran y que pasaron una jornada investigando una casa donde nadie sabía quiénes eran ni qué hacían. De muchos de los libros publicados por los Warren, solos o en coautoría, se filmaron películas y se labraron, y se forjarán, series, miniseries y afines porque lo paranormal, lo misterioso, lo fantasmal y demoníaco, el terror y el miedo despiertan morbo y curiosidad. Así somos.
La impactante casa en la que habían vivido los De Feo se convirtió luego de los asesinatos en un escenario que representa la idea de lo sobrenatural. Los DeFeo se la habían comprado a los Riley en 1965
Uno de esos libros exitosos fue Amityville Horror (Horror en Amityville). Esta es la segunda parte de la historia.
La casa todavía está en pie, en el 112 de Ocean Avenue, Amityville, estado de New York. Es una construcción colonial, de tres plantas, tejas oscuras, jardín alrededor, piscina privada y embarcadero. Sólo que ya no es el 112, sino el 108 de Ocean Avenue, un cambio autorizado por la alcaldía para intentar evitar, un intento fracasado, que miles de turistas se acerquen a ese solar manso y bucólico.
El 13 de noviembre de 1974, Ronald De Feo Jr., de veintitrés años, conocido como “Ronnie” o “Butch” asesinó a toda su familia mientras dormían. A las tres y cuarto de la madrugada, De Feo empuñó una escopeta de gran calibre y mató a su padre Ronald, de cuarenta y cuatro años, a su madre, Louise, de cuarenta y tres, y a sus cuatro hermanos, Dawn, de dieciocho, Allison, de trece, Mark, de doce años y John, de nueve. A todos les disparó en la espalda, menos a su madre a la que baleó en la cabeza.
Después recogió toda su ropa manchada de sangre.,la funda del fusil y unos proyectiles, metió todo en una funda de almohada, que la policía encontró después en una alcantarilla cercana, y se fue a un bar de la zona, The Witches Brew, y le dijo a Joe Yeswit, un chico que trabajaba allí, que alguien le había disparado a su familia. Los dos fueron hasta la casa, encontraron lo que encontraron y llamaron a la policía.
Lo que la policía hizo fue no creer en ninguna de las versiones del joven De Feo, ni en una coartada de apuro en la que no coincidían ni los horarios ni los sitios, lo arrestaron y lo llevaron a juicio. En el banquillo, De Feo dijo entonces que había hecho lo que hizo porque unas voces extrañas que sólo él escuchaba en la casa le habían obligado a hacerlo. Tal vez la gente crea en fantasmas, pero hasta cierto punto. Al juez y al jurado aquello les pareció absurdo, sobre todo porque el sospechoso tenía un pequeño historial delictivo y una atracción acaso intensa por las drogas. Lo condenaron a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
La casa encantada más famosa de la historia. Allí fueron encontraron muertos al clan DeFeo salvo Ronald Jr., el hijo mayor de 23 años. Fue quien llamó a la policía para denunciar los asesinatos
La casa, escenario de aquel horror, fue comprada por el matrimonio Lutz. George, de treinta años, dueño de una pequeña empresa topográfica y Kathy Lutz, también de treinta años: los dos se enamoraron de la casona del 112 de Ocean Avenue que hacía honor al anuncio venta de la inmobiliaria: “Zona residencial de Amityville: seis dormitorios, colonial holandés, espacioso cuarto de estar, magnífico comedor, atrio cerrado, tres baños, sótano completo, garaje para dos coches, piscina de agua caliente y amplio espacio para guardar botes”. Recién cuando supo que el matrimonio estaba encantado con la casa, la agente inmobiliaria, Edith Evans, admitió que había sido el escenario de una masacre. En los Lutz la noticia no despertó ningún recelo. Compraron la casa y se mudaron con los tres hijos de un matrimonio anterior de Kathy: Christopher, Danny y Missy.
Por las dudas y para evitar malos entendidos con el mundo del más allá, llamaron a un sacerdote católico para que bendijera el nuevo hogar. El cura dijo haber oído en una de las habitaciones una voz extraña y siniestra que le dijo: “¡Fuera de aquí!”. Pero, hombre de fe, siguió con su santa obra de llevar el soplo de Dios a cada rincón de aquella casa rara. Concluida su misión evangélica, rechazó la amable propuesta de los Lutz de quedarse a cenar, si vamos a comer mejor hacerlo bajo la gracia del Señor, y huyó de aquel antro más rápido que volando.
Los Lutz se quedaron solos. Y empezaron sus desgracias. La misma noche de la mudanza, ya con los chicos en la cama, el matrimonio se sentó en la sala de estar, con un frío polar, pese a la chimenea bien alimentada por leños y con el termostato en veinte grados. En la madrugada, a las tres y cuarto, la hora de los asesinatos cometidos por De Feo, un golpe en la puerta principal despertó a George Lutz que se levantó de un salto: abrió la puerta y no vio a nadie, pero escuchó ladrar a su perro Harry hacia el jardín y escuchó también ciertos gemidos, como de placer sexual, que provenían del tinglado de los botes; las puertas estaban abiertas, aunque él recordaba haberlas cerrado.
Al día siguiente, de nuevo bajo un frío glacial, George Lutz comprobó el cierre de puertas y ventanas de la gran mansión. En un cuarto destinado a la costura descubrió infinidad de moscas que cubrían la ventana que daba al jardín; mató a las que pudo, desalojó a las otras después de abrir la ventana y más tarde, a las tres y cuarto de la mañana, oyó de nuevo un gran golpe en la puerta principal.
George y Kathleen Lutz compraron la casa de los DeFeo por 80 mil dólares. Allí vivieron 28 días. Ellos impulsaron la idea de que la vivienda estaba maldita, lo que devino en libros, películas, ganancias y denuncias de fraude (Hulton Archive/Getty Images)
Hubo otros serios incidentes tildados de paranormales, que padecieron los hijos de Kathy Lutz, entre ellos, el de un ser demoníaco que se manifestó en forma de cerdo a la más pequeña de las niñas. Al menos en dos ocasiones apareció “una figura espeluznante” que, luego, los demonólogos afirmaron que era una manifestación satánica. Era un ser espectral que se imprimió a fuego sobre los ladrillos de la chimenea de la sala de estar y, días más tarde, en el cuarto de los chicos, que gritaron que había un monstruo debajo de sus camas. Cuando el padre recorrió un poco la casa, vio, o dijo ver, a una enorme figura blanca, con una capucha y un rostro horrible que bajaba las escaleras.
La manifestación espectral, sumada a dos episodios de levitación de Kathy, según dijo George, al descubrimiento de una habitación secreta en el sótano, pintada de rojo, donde al parecer el joven De Feo sacrificaba cerdos, más algunos contactos calificados por los Lutz como sobrenaturales, decidieron a la familia: huyeron de aquella casa a la mañana que siguió al terror de los chicos.
La casa se hizo famosa luego por una novela, The Amityville Horror: a true story (El Horror de Amityville: una historia real), de Jay Anson y por una película, The Amityville Horror, filmada en 1979 y dirigida por Stuart Rosenberg. En su novela, Anson relata uno a uno los terribles momentos que vivieron los Lutz, o que dijeron haber vivido, en esa casa.
Pero al mismo tiempo, también se reveló que todo aquello pudo haber sido un gran fraude. Por ejemplo, una terrible tormenta que figura en la novela Anson, en la que un sacerdote intenta llevar adelante un exorcismo, no fue tal tormenta, según el sacerdote de la vida real; las llamadas a la policía que los Lutz decían haber hecho, no estaban registradas. Nunca existió, en la vida real, un hombre llamado John Catchum, que hubiera llegado de Salem, tierra de brujas, como afirma la novela. El caso se debatía en medio de un error conceptual: todo lo que figura escrito debajo de la palabra “novela”, es ficción. El empeño, equivocado, de intentar hacer coincidir la realidad con los escritos de Anson, lo confundía todo.
El número 112 de la Ocean Avenue, en Amityville, una aldea en la costa sur de Long Island, donde los DeFeo vivían desde hacía nueve años. Años más tarde tuvieron que cambiar el número de dirección al 108 para evitar el acoso de los curiosos
Además, la historia llegó a los tribunales. Lo que más alimentó la teoría del fraude fue la revelación hecha por William Weber, al abogado de Ronald De Feo, que acusó a George Lutz de “no haber cumplido el pacto”, en otras palabras, de haber sobreactuado. En apariencia, De Feo, a través de su abogado había llegado a un trato con los Lutz y con el novelista Anson para meter al demonio en aquella casa. De tal forma, el argumento de su defensa, basado en voces extrañas que le habían ordenado matar a toda su familia, tendría sentido y De Feo podía aspirar a una reducción de su condena. Eso sí es diabólico y no las sombras que se menean. A cambio, los Lutz ganarían fama y dinero. Algo de eso pasó, se convirtieron en estrellas de la tele, con una aparición estelar en un programa prime time de la mañana, el célebre Good Morning América, donde los sometieron ante cámaras a un detector de mentiras. La prueba dijo que no mentían.
Para entonces, era septiembre de 1979, volvió a escena el padre Pecoraro, aquel que había bendecido la casa a pedido de los Lutz. Tuvo que declarar en el juicio que el abogado Weber seguía a los Lutz que era por dos millones de dólares. El cura insistió en que una voz incorpórea le había ordenado que se fuese de allí, pero que no podía confirmar, ni negar, que todos los hechos que Anson reseñaba en el libro hubiesen ocurrido en realidad.
El escándalo siguió tiempo después, cuando los nuevos propietarios de la casa, Bárbara y James Cromarty, demandaron a los Lutz y al novelista Anson por difamación: no sólo no vivieron en esa casa un solo episodio paranormal, sino que no podían manejar la cantidad de visitantes que desfilaban por la casa cada día, seducidos por el misterio. Las siguientes familias que vivieron en el 112 de Ocean Drive no vivieron tampoco fenómenos paranormales de ningún tipo.
Ed y Lorraine Warren se metieron en Amityville en 1976. Lo de “meterse” es literal. Tres semanas después de que los Lutz escaparan rumbo a la soleada California, los Warren entraron por primera vez en aquella extraña mansión. Lo primero que hicieron fue celebrar algunas sesiones de espiritismo, acaso con la idea de contactar a alguna de las sufridas almas de la familia De Feo, liquidada a escopetazos por el hijo mayor. Algo deben haber notado, o dijeron haber notado, porque Ed Warren dijo a la televisión americana: “Aquello no era solo un fantasma, ni aquella era sólo una casa encantada. En una escala de uno al diez, ésta era un diez”. ¿Qué había sucedido? El 24 de febrero de 1976 los Warren entraron en la casa de Amityville junto a un grupo de periodistas de un canal de televisión. Lorraine dijo: “Lo que se percibía en el ambiente era tristeza y depresión”. Bueno, es lo que tienen las casas abandonadas: no son un canto a la vida.
El niño fantasma de los crímenes de Amityville. La foto dio la vuelta al mundo, no podía ser de otro modo, y de inmediato se ganó una oleada de detractores
Sin embargo, los Warren volvieron a la casa el 6 de marzo, de nuevo junto a periodistas locales, de nuevo para una sesión de espiritismo, pese a la advertencia del padre Pecoraro que les había sugerido dejar todo en paz. El padre Pecoraro, que también era, o decía ser, psicólogo, ejercía a pleno la dudosa virtud de la insistencia, a la que los Warren pasaron por alto. No sólo no dejaron nada en paz, sino que hicieron varias sesiones fotográficas y psicofonías dentro de la casa. Una psicofonía, un término caro al estudio de las manifestaciones paranormales, es una prueba que intenta registrar en audio, y registra muchas veces, sonidos de origen electrónico pasibles de ser interpretados. Esta es la definición más cercana a la verdad, sin entrar en los meandros de esa particular fenomenología que podrían enturbiar, aún más, la comprensión del lector.
Lo que los Warren descubrieron no tenía sonido, tenía forma y había sido fotografiado. En una de las tomas hechas aquel día en la casa, a la izquierda del encuadre, cercana a la baranda de una escalera, como si atisbara por una puerta entreabierta, era fácilmente detectable la cara de un chico, con los ojos iluminados como por el fuego. Por cierto, aunque resultara difícil, el rostro fue comparado con uno de los chicos De Feo, asesinados por su hermano mayor: era casi idéntico.
La foto dio la vuelta al mundo, no podía ser de otro modo, y de inmediato se ganó una oleada de detractores: la imagen había sido retocada, trucada, tal vez se hubiese usado un chico como modelo para que pareciese real, o acaso la imagen borrosa o difuminada de una criatura se había insertado con precisión de cirujano en el negativo. Los Warren mantuvieron siempre que la foto era auténtica, que no había habido retoque alguno; ellos y los periodistas que los acompañaron juraron que aquel día no había nadie más en la casa, nadie más que los Warren, los periodistas… y los convocados por la sesión espiritista.
En su afán por aliviar el castigo penal de su defendido De Feo, asesino de toda su familia, el abogado Weber contactó a otro famoso parapsicólogo, Hans Holzer, para que echara un vistazo a la casa del 112 de Ocean Avenue y diera su veredicto, en lo posible que fuese apto para darle una mano a su cliente. Después, Weber dijo que no le había pedido a Holzer esa investigación, pero gente que dice y luego se desdice, es de lo más común en el caso de Amityville. La cosa es que Holzer investigó igual, no se lo iba a perder. Llegó a la mansión que había sido de los De Feo el 13 de enero de 1977 en compañía de una reconocida médium, que parece que abundan en la zona, que reveló que la casa había sido construida sobre un viejo cementerio indio. Fueron tantas las experiencias vividas por ambos investigadores, tantas y tan fuertes, que afirmaron que era muy probable que “Ronnie” De Feo hubiese estado poseído por un espíritu indio en el momento de cometer el asesinato de sus padres y de sus cuatro hermanos.
Ni los rumores de farsa, engaño y trapisonda, ni las nuevas teorías que involucraban en el caso a los pueblos originarios de Estados Unidos, desviaron a Ed y a Lorraine Warren de su convicción. Lorraine la reafirmó al The Express Times y ambos mantuvieron su versión de los hechos, que confirmaba la historia de los Lutz, hasta el final de sus vidas. Lo hicieron incluso cuando los abogados de George y de Kathy Lutz, que habían sido contratados en el furor de la supuesta casa encantada, revelaron en 1979 que todo había sido un fraude cocinado por ellos, por los Lutz y por el novelista Anson. Los abogados admitieron el fraude cuando se estrenó la película de Rosenberg, The Amityville Horror.
Ed y Lorraine se metieron en Amityville en 1976: tres semanas después de que los Lutz escaparan rumbo a la soleada California, los Warren entraron por primera vez en aquella extraña mansión
Por el contrario, Lorraine Warren amparó otra película, The Conjuring (El Conjuro), conocida también como The Warren Files (Los archivos Warren), dirigida en 2013 por James Wan. Lorraine fue vital en el armado del guion, su marido había muerto años antes, porque gracias a su don de médium y mentalista, dijo, pudo descifrar la oscura historia de aquella casa. Incluso hizo un cameo en el film: aparece en la escena de una conferencia de prensa sobre demonología que dan los actores que interpretan a Ed y a Lorraine, Patrick Wilson y Vera Farmiga. El film ya va por la tercera parte.
Uno de los grandes enemigos de los Warren, que siempre los juzgó como aventureros, es Ray Garton, que conoció a la pareja en 1986, cuando él mismo investigaba el caso de una familia que, en apariencia, había sido poseída por fuerzas demoníacas. Garton, que también hizo en su momento un examen de conciencia de su propia carrera, definió a los Warren, en especial a Lorraine, con una frase antológica: “Si Lorraine Warren me dice que el sol saldrá mañana a la mañana, yo pediría una segunda opinión”.
Una noche de 2001, Ed Warren intentó abrirle la puerta de su casa a su gato, para que hiciera pis en el jardín, y cayó derrumbado por un accidente cerebro vascular. Pasó los últimos cinco años de su vida sin poder hablar. Murió el 23 de agosto de 2006, un mes antes de cumplir ochenta años. Lorraine Warren murió a los noventa y dos años el 18 de abril de 2019, Viernes Santo, lo que fue tomado como una señal por sus seguidores, en Bridgeport, Connecticut, donde todavía funciona el Museo del Ocultismo creado por la pareja.
Kathy Lutz murió el 17 de agosto de 2004, a los cincuenta y siete años, en Arizona. Estaba separado de su esposo desde 1988. George Lutz murió por un paro cardíaco en Las Vegas, Nevada, a los cincuenta y nueve años, el 8 de mayo de 2006.
Ronald De Feo murió en prisión, en el Albany Medical Center De New York, el 12 de marzo de 2021. Tenía sesenta y nueve años. El departamento de prisiones no dio más información, reservada sólo a los familiares de los presos muertos. Y De Feo no tenía familia: la había asesinado.
No hay registro alguno de que los Warren, los Lutz o De Feo se hayan manifestado de alguna forma espectral, paranormal, fantasmal, demoníaca, satánica o angelical en ninguna parte del planeta. Hasta hoy.
Fuente Infobae