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miércoles, junio 25, 2025
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CAÑO 14 “LA CATEDRAL DEL TANGO”

Cuando hoy hablamos de las grandes milongas de Buenos Aires, o de algunas del interior, es que tuvieron un gran modelo a imitar, no podemos hablar por ejemplo de La Ideal, donde se baila con orquestas en vivo, Salón Canning, Scalabrini Ortiz 1300, el Firulete, Suipacha 300, Maldita Milonga, Perú al 500, El Beso, por Riobamba al 400, Porteño y Bailarín, Riobamba al 300, La Viruta, en Armenia al 1300 (que en la actualidad todas no funcionan por esta maldita pandemia)  y podríamos nombrar a muchas más, pero sin antes debemos dedicarle un sincero homenaje a esa gran Catedral tanguera como lo fue Caño 14.

Hablar de Caño 14, debemos decir que fue un local dedicado a la música de tango de la ciudad de Buenos Aires, que fue creado en 1962, en los principios como un restaurante de comidas regionales. Era un grupo de amigos que al reunirse charlaban sobre tango, y comentaron con el gran Aníbal Troilo, que en ese momento no existía un local que se dedicara enteramente al género y el bandoneonista los alentó a instalarlo y ofreció la colaboración que pudo prestarles, “Pichuco” no solo fue parte esencial del proyecto, sino que además bautizó a la iniciativa. 

Fue así que una noche Vicente Fiasché, con su amigo Rinaldo “Mamucho” Martino, quién fuera un jugador de fútbol y conocedor de la noche porteña una vez retirado de la actividad, y ellos junto al destacado pianista Atilio Stampone, fundaron Caño 14, que comenzó sus actividades en marzo de 1965. ​

El nombre se lo puso Martino por la expresión lunfarda “irse a vivir a los caños”, algo así como fracasar económicamente en alusión a quienes por estar en situación de calle se refugian en ellos a la que agregaba el número 14, que en el ambiente quinielero simboliza al borracho, otra versión sería, que sus dueños dijeron “Lo más probable es que nos fundamos y que nos vayamos a vivir a los caños”.

Ya con un nombre, la idea finalmente se concretó y el espacio apareció en la escena de la noche porteña con un buda vestido de traje y corbata, con bandoneón, como padrino y anfitrión musical. Creado en los principios como un restaurante de comidas regionales, un dato a tener en cuenta las empanadas las hacía la misma madre de Troilo. 

Enseguida, llegaron los grandes cantores: Roberto Goyeneche, Alberto Podestá, Raúl Lavié, más adelante Rubén Juárez. Lucía Marcó, esposa de Stamponi, presentaba a las estrellas, las sesiones de tango se iniciaban a las 23 en punto y concluían a la madrugada. En los “descansos”, los muchachos se trasladaban hasta el Cuartito, la pizzería que funcionaba justo  al lado.

Goyeneche dijo presente todas las noches. O casi todas. 

El primer local, de Caño 14 comenzó con una capacidad para 100 personas que se acomodaban en frágiles sillas de asientos y respaldos de paja, estaba ubicado en la zona céntrica, en la calle Uruguay entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear, frente al local pasaba el colectivo 102 que va a Constitución, estaba en pleno barrio norte. 

Pronto comenzó a llenarse de espectadores que concurrían a beber y a escuchar música de tango, por lo que a principios de 1967 tuvo un cambio, se mudaron cerca de allí, al local ubicado en el sótano de Talcahuano 975, donde previamente había funcionado la boite (boliche) Samoa. ​

La incorporación de Roberto Goyeneche (tocaba el piano) al plantel estable marcó su apoteosis. Sobre todo porque el Polaco y Troilo, en solos de bandoneón, formaron “duettos” que eran recibidos con un entusiasmo tan estentóreo que hacían temblar las paredes, era algo  excepcional el repertorio. Ambos se limitaban a interpretar “a capella” temas tradicionales, como “Barrio de Tango”, “El Motivo”, “Garúa”, “Che Bandoneón”, pero eso, era lo que el público quería y por eso expresaba su aprobación. 

Claro está, la presencia del Gordo en cada noche era como la bolita de la ruleta: una incógnita, pero debe reconocerse que nunca faltó a una cita, aunque antes necesitaba, casi siempre, la animación que le daban el alcohol o algún otro estimulante.

Allí fue donde el reducto alcanzó su gloria. Su fama comenzó a desbordar tanto que se transformó en un negocio para las agencias turísticas que organizaban tours por la noche de Buenos Aires para mostrarle a los extranjeros ese producto exótico y extravagante que era el tango, Lucía Marcó, que era la esposa de Stampone oficiaba de anfitriona, a veces se las veía en figurillas para acomodar a la concurrencia.

Stampone la había conocido a Lucia Marcó cuando en Radio El Mundo era locutora en el famoso Glostora Tango Club y estuvieron juntos hasta que ella falleció en 1998.

Estuvo funcionando 21 años, hasta 1986, durante los cuales se expandió con temporadas en Mar del PlataPunta del Este y hasta hubo alguna réplica en Colombia. Stampone quedó a cargo del local en 1982 junto a Marafiotti “Mochín” y paulatinamente empezó el declive, por lo que vendió la marca. 

Hacia 1997, reabrió Caño 14 en otro contexto y en otro barrio, pues del centro se trasladó al de Recoleta, en la calle Vicente López 2134​, donde tenía como directores artísticos a los bailarines Rodolfo y Gloria Dinzel y como director musical a Marcial Ricardo Ríos. Aquello no fue lo mismo, y aunque mantenía la calidad no prosperó. 

En la reapertura estuvieron Raúl Lavié y Alba Solís. Caño 14 seguía siendo la catedral del tango, pero a la hora del balance histórico está claro que sus años de oro fueron en el sótano de la Talcahuano.

Los primeros intérpretes que estuvieron en su escenario fueron el cuarteto de Aníbal Troilo con el guitarrista Roberto GrelaEnrique Francini con Héctor Stamponi, Horacio Salgán con Ubaldo De Lío, los cantantes Marcelo Paz y Ruth Durante y también el contrabajista Humberto Pinheiro, quien llegó una noche y tocó junto con el pianista Lucio Demare

La reserva anticipada era indispensable y se dio el caso de que uno de los que se quedó afuera, una noche, fue nada menos que Carlos Perette, vicepresidente de la Nación cuando don Arturo Illía era presidente.

​Caño 14 fue un éxito mayor; otros que pasaron por su escenario fueron los bailarines Juan Carlos Copes y María Nieves, en pleno apogeo, Domingo FedericoMaría de la FuenteRubén Juárez, el cantor Roberto ManciniMariano MoresNelly OmarAlberto PodestáOsvaldo Pugliese, el Quinteto RealEdmundo Rivero, el sexteto de Francini con Julio Ahumada y Néstor Marconi en los bandoneones, el Sexteto TangoVirginia Luque, entre otros. 

Atilio Stampone, más allá de ser uno de los dueños, no dejó escapar la ocasión para transformarse en una de las atracciones, ejecutando con un grupo selecto de músicos un repertorio totalmente innovativo que se tradujo en 1973 en un CD titulado “Imágenes”, que puede considerarse una continuación de “Concepto”, grabado algunos años antes. 

Puede decirse que Stampone encontró en Caño 14 la posibilidad de canalizar su obsesiva búsqueda de un propio y original lenguaje tanguero.


En el aterrizaje de alguno de estos vuelos de lirismo, reveladores de su enorme cultura musical, Stampone debe haber recibido el llamado telefónico de Homero Expósito, quien interrumpiendo con seguridad algún codillo que estaba jugando en el boliche de la esquina le leyó la letra de “Con Pan y Cebolla”, que tenía olvidada en el cajón de su mesita de luz. Atilio le puso música y salió un tangazo fenomenal que el mismo autor, con sus músicos (el bandoneonista era Daniel Binelli) y la voz de Carlos Cabrera, la estrenó en Caño. 

Una verdadera constelación de eximios ejecutantes. De los arreglos que tocaban en Caño 14 quedó un CD hoy prácticamente inhallable, que contiene las versiones iluminadas de varios tangos clásicos. Hablo de “El Buey Solo”, de Agustín Bardi”, “Inspiración”, de Luis Rubinstein y Peregrino Paulos, “Melodía Oriental” de Juan Carlos Howard (música) y Enrique Cadícamo (letra), versión en la que Francini se luce en un solo de violín espectacular, y “Tema Otoñal”, del mismo director. 

Cuando la agrupación se disolvió, porque los conjuntos se achicaban cada vez más, Francini siguió tocando en el Caño, haciendo dúo con el pianista Héctor Stamponi, “Chupita” como era su apodo.

El 27 de agosto de 1978, Enrique Mario Francini, en el violín, se desplomó sobre el escenario cuando junto a Stamponi en el piano tocaba el tango Nostalgias, falleció ese día. Quienes corrieron a auxiliarlo cuentan que sus últimas palabras fueron: “mi violín, ¿dónde está mi violín?”.

En cambio, en ese ámbito de la calle Talcahuano hubo muchas alegrías, no nos olvidemos que en ese año había salido campeón del mundo nuestro seleccionado. Allí mismo debutó un cordobés de 22 años que venía del mundo del rock, donde había actuado con el seudónimo de Jimmy Williams, al que probaron en Caño 14 y donde por la adhesión que suscitó se quedó cantando dieciocho meses con el padrinazgo artístico de Troilo en lo que fue el puntapié inicial de una gran carrera. Al poco tiempo grabó su primer éxito titulado “Para vos, canilla”, ya con el nombre de Rubén Juárez.

En Caño 14 saltó a la fama un grande, Rubén Juárez, que tenía gran aceptación no solo por su voz bien templada y su pinta viril, sino por la novedad absoluta que era verlo acompañándose con su bandoneón de color blanco. De él, artísticamente, se enamoró Troilo, quien alguna vez dijo que era “el hijo que no había tenido”. Jaranero, siempre de buen humor, entonces flaco y con pinta de galán, era el que más festejaba, a grito pelado, los tangos que cantaba el Polaco Goyeneche.

Sus últimos años en el reducto de calle Talcahuano fueron una lenta y penosa agonía. Algún viejo habitué lo recuerda casi vacío, mientras en el escenario se exhibía Enzo Valentino acompañado por guitarras. Cerró en 1986. Pasado a nuevos dueños, reabrió en la Recoleta. Pero el contexto era totalmente distinto al tradicional, con las luces de neón que ya no alumbraban el asfalto como antes.

Quizás Caño 14, para esa época haya sido el lugar más emblemático del tango. En tiempos en los que la música ciudadana comenzaba a sufrir sus primeros síntomas de retroceso en el gusto popular, (se imponía la nueva ola) “la catedral del tango” apareció para convertirse en el espacio donde la misa tanguera nocturna demostraba de lunes a sábado, “el séptimo día, el tango descansó” toda su potencia y su estirpe de expresión imperecedera en un sagrada cofradía.

Ing. Aldo Escobar

                                                                                                                                            

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